Despójense de la vieja levadura, para ser una nueva masa, ya que ustedes mismos son como el pan sin levadura. Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua, no con la vieja levadura de la malicia y la perversidad, sino con los panes sin levadura de la pureza y la verdad”.
(Apóstol Pablo de Tarso)
En estos tiempos, nos es difícil creer en lo que no vemos, por ejemplo, los pequeños esfuerzos, la bondad de las personas, que Dios está presente en todo lo que hacemos, etcétera. Sin embargo, aunque algunas cosas no son visibles, dan fe de que algo está más allá de nosotros, que nos supera a pesar de que en apariencia la situación que vive la humanidad es en ocasiones caótica. Existen momentos en que es válido reflexionar hasta qué punto nuestra fe es puesta a prueba porque requiere una renovación; es decir, cuando el panorama es desfavorable, pareciera que nos quedamos instalados en una desventurada calma que nos impide considerar que la vida nos pone nuevos caminos por recorrer.
Quizá ese es uno de los puntos centrales a reflexionar pues resulta muy importante que en este tiempo pascual estemos abiertos a vivir desde la alegría de la resurrección puesto que es el verdadero sentido de nuestra fe. Ser partícipes de la misericordia infinita que este hecho nos ha enseñado, ha permitido desde tiempo atrás mirar con otros ojos la realidad de la cual tenemos quejas pues detrás de cualquier conflicto siempre existirá la posibilidad de encararlo con la amistad que Jesús nos mostró. El Dios vivo que venció a la muerte deja su legado a partir de darnos la oportunidad de tomar su ejemplo y amarnos sin condición por el simple hecho de ser hijos de Dios
La invitación será a despojarnos de todo aquello que nos ata a vivir en la ceguera del rencor y la amargura pues ese no es el camino de la comunión. Todas nuestras obras deberán estar dirigidas a lograr que la palabra y la enseñanza de nuestro Maestro perduren en el tiempo ya que eso es lo que verdaderamente da testimonio del perdón y el vencimiento de la muerte.
Las buenas obras (aquellas que están henchidas de amor) son aquellas que perduran. Nosotros como seres de afecto, estamos llamados a convivir y a establecer relaciones con frutos para sí mismos y para el otro. Cuando dejamos de lado esta condición afectiva, o simplemente, vivimos con temor a dar sin recibir nada a cambio, estaremos condenados a practicar una fe ciega que sólo nos llevará a andar con sigilo sin entregarnos por completo. Es por esta razón que el primer paso para obrar con amor y entrega es conocerse a sí mismo, reconocernos hijos amados y con grandes oportunidades de volver a la vida hasta en las peores circunstancias. Si desconocemos este principio, navegaremos con “falsas banderas” que nos llevarán a islas desconocidas sin lograr encontrar la calma.
“Despojarse de la vieja levadura” es una invitación a renovarnos constantemente y en plena confianza de que todo cambio es necesario para reafirmar la vida. El nacer, crecer y hasta morir es un constante movimiento en el cual Dios nos da oportunidad de replantearnos si vamos por el camino correcto o estamos en tiempo de virar hacia un camino más amigable, puesto que sabemos que todo camino que conduce al amor, conduce a Dios y ésta es la obra más importante.
Limpiar nuestra vida de aquello que nos daña, nos hace mejores obras para servir; en la medida en que soy una herramienta más perfeccionada, pulida y en constante limpieza serviré mejor para mi propósito. No olvidemos que no podemos pescar con redes que contienen basura innecesaria.
Para reflexionar:
* ¿Limpio mis redes para poder pescar o las echo al mar por inercia?
* ¿Qué dicen mis obras sobre mí?
* ¿Tengo claro hacia dónde me llevan mis actos?
Referencias:
* Elredo De Rieval, (2002) “La amistad espiritual”, Ed. Monte Carmelo