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Educación en el perdón




« Odia al pecado, ama al pecador »
San Agustín


Almas psicología

La mayoría de nosotros hemos padecido decepciones, situaciones que nos molestan y ciertos conflictos más o menos manejables. Pero no podemos negar la realidad objetiva de un contexto de cierta violencia, dentro del cual algunas personas han podido llegar a sufrir maltratos, injusticias, humillaciones, abusos físicos, sexuales o psicológicos e incluso el asesinato de algún ser querido. Y tal vez algunas de estas personas ni siquiera hayan intentado relatar lo sucedido por miedo a que nadie les crea o temor a las represalias.

Quienes han vivido experiencias dolorosas de violencia, con frecuencia experimentan un deseo intenso y persistente de castigar o vengarse de sus agresores. Muestran reacciones de rencor o ansiedad persistente que pueden contribuir a generar consecuencias negativas para su salud, porque mantienen la agresividad o el estrés a lo largo del tiempo y esto provoca una intensa activación física que agota al organismo. Continúan ensayando mentalmente los acontecimientos dolorosos del pasado y guardando rencor, lo que implica una incapacidad significativa para seguir adelante con sus vidas.

En un principio, parece imposible que las personas víctimas de violencia puedan perdonar. Sin embargo, existen numerosos testimonios que demuestran que el perdón también es posible en estos casos. Como lo manifiestan situaciones en que los ofensores fueron condenados a muerte, y un gran número de testimonios aseguran que la severidad del castigo o la venganza hacia los agresores no alivió sus emociones y pensamientos negativos, los cuales prosiguieron con una frecuencia e intensidad muy elevados. En estos casos las víctimas no se sintieron aliviadas hasta que lograron comprender los actos de los agresores y perdonarlos.

Si bien la práctica del perdón ha estado presente principalmente en las enseñanzas de Jesús, consideramos que los profesionales de la salud también tienen mucho que ofrecer para que el proceso de perdón pueda llevarse a cabo.

Desde una perspectiva bien estudiada y documentada, hemos aprendido mucho de la psicología basada en evidencia científica y podemos mencionar a manera de ejemplo sólo una investigación (de las muchas disponibles) llevada a cabo en el 2001[1], en la que se pedía a víctimas de actos violentos que pensaran en actitudes condenatorias hacia sus ofensores, cuando esto sucedía reportaban que se sentían más agresivos, agitados, tristes y faltos de control. Posteriormente, a las víctimas se les pedía que pensaran en actitudes asociadas al perdón, y cuando esto ocurría reportaban sentir más empatía hacia el ofensor, así como tranquilidad emocional. Esta investigación demostró claramente que los pensamientos condenatorios y las fantasías de venganza provocaban incremento de las respuestas fisiológicas de estrés en tanto que las reacciones de perdón conducían a disminuirlas. Los resultados fueron significativos y pusieron de manifiesto la importancia de perdonar.

Es muy importante mencionar que perdonar NO significa aceptar, olvidar o justificar la conducta del ofensor, tampoco adoptar una postura pasiva, laxa o permisiva frente a ésta, incluso el perdonar no se contrapone a que el ofensor pueda recibir una sanción o un proceso legal si es que éste así lo amerita. Sin embargo, el verdadero perdón implica un proceso de análisis y reestructuración cognitiva. El perdón es un proceso con directrices generales pero de ninguna manera rígidas.

Un primer paso en este proceso consiste en garantizar la seguridad de la persona, estableciendo un entorno seguro en un contexto de una relación de apoyo. Una vez que el superviviente se sienta seguro podrá relatar sus experiencias, la reconstrucción de sus historias no incluirán únicamente detalles que tengan que ver con la humillación, el dolor o la vergüenza; podrán incluir igualmente referencias a la dignidad y la determinación. Volver a relatar la experiencia es importante porque permite ver elementos nuevos y a veces menos dolorosos del acontecimiento.

Una segunda etapa consiste en reconocer que ha tenido lugar una injusticia, además de aceptar el dolor y el enojo. La persona reconoce que ha experimentado dolor físico y emocional, también es importante reconocer que se puede experimentar odio, resentimiento y pensamientos recurrentes de venganza. El pleno reconocimiento del acontecimiento ocurrido, así como del dolor y la agresividad que este hecho provocó, constituye un paso crucial del proceso.

¿Podría ser menos difícil perdonar si sabemos algo más del ofensor y de las circunstancias excepcionales por las que atravesó en su niñez?

Cualquiera de nosotros que hayamos nacido en la pobreza, sufrido abusos y violencia recurrentes, producto de una familia perturbada, podríamos actuar de manera violenta como lo hizo el ofensor, si no trabajamos con nuestras heridas. La causa de nuestra conducta actual tiene sus raíces en nuestra propia historia de vida, en donde aprendimos a comportarnos como lo hacemos.

Adoptar una perspectiva psicológica de perdón, implica dejar de definir a los ofensores como “absolutamente despreciables” o “totalmente miserables”. El objetivo consiste en pensar en el ofensor como un ser humano total con múltiples facetas, en lugar de definir a la persona en su totalidad desde el punto de vista de sus acciones.

Llegados a este punto, la persona que se encuentra en un proceso terapéutico para lograr el perdón, tiene la posibilidad de reconstruir parcialmente el pasado (esto es, pensar en ello de forma diferente) y tiene la oportunidad también de comprender de manera más amplia la conducta de su agresor. Esto abre la puerta para encontrar un sentido a la agresividad y el dolor experimentados y contemplar la idea del perdón, como una posible estrategia para mejorar nuestra calidad de vida.

El perdón es un proceso que se desarrolla con el tiempo. Este enfoque de educación en el perdón es útil para acontecimientos comunes así como situaciones particularmente traumáticas o dolorosas en la vida de las personas. Cabe mencionar que todo proceso terapéutico requiere una intervención planificada, con objetivos claros y recursos técnicos eficientes. Le sugerimos platicar con un profesional de la salud mental los beneficios de la educación en el perdón.

Vale la pena recordar las palabras de Jesús: “…perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” Mt. 6, 12

Preguntas para reflexionar:

Si en mi historia de vida he sufrido experiencias particularmente dolorosas, ¿cómo desearía sentirme para que el resto de mi vida fuera más provechoso?

¿Cuánto tiempo llevo sintiéndome agresivo y resentido?

¿De qué manera mi propia agresividad afecta mi calidad de vida?

Sugerencias para investigar más sobre el tema:

- Kassinove, H. & Chip, T. (2009). El manejo de la agresividad: Manual de tratamiento completo para profesionales. Desclée De Brouwer. España.

Referencias bibliográficas:

[1] Witvliet & Laan. (2001). Granting Forgiveness or Harboring Grudges: Implications for Emotion, Physiology, and Health. Research Article.
Disponible en: https://doi.org/10.1111/1467-9280.00320




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