Llega un momento en la vida de todo varón en que debe hacerse consciente del tipo de relación que tiene con su propio padre. Esta es una condición de madurez. Si no lo hace, su inconsciente lo puede llevar a patrones de comportamiento que, en ocasiones, lo alejan de un verdadero encuentro con los demás. En el caso de las personas que tienen la responsabilidad de acompañar a través de la formación o dirección espiritual, puede ser un impedimento para la vivencia de una verdadera paternidad espiritual.
Es bastante común ver niños varones vestidos exactamente igual que sus padres o que traigan la playera del mismo equipo de fútbol. Generalmente, antes de la adolescencia, el niño imita a su padre, es como su “héroe” y desea agradarle. Anhela profundamente ser reconocido, así como hacerlo sentir orgulloso.
En la adolescencia, como parte del proceso para desarrollar su autonomía, el joven varón suele rebelarse a la autoridad del padre, cuestionando sus valores, creencias y comportamiento; los mismos que anteriormente solía admirar y que deseaba tener. Este proceso puede no resolverse de una manera adecuada cuando la relación padre-hijo es tan conflictiva, que impide un encuentro en donde haya perdón y reconciliación. La actitud que surge es de una constante rebeldía, enojo, así como de un permanente resentimiento.
La situación anterior, se hace más profunda si durante la niñez, la relación padre-hijo sufrió algunos descalabros. En ocasiones, el resentimiento se gesta, debido a que existe un distanciamiento emocional, ocasionado posiblemente por una carencia de habilidades emocionales del padre. A veces, debido a la manera en que fueron criados, suele dificultárseles más a los padres el acercamiento emocional hacia sus hijos.
Es importante que haga un ejercicio de introspección que ayude a ser cada vez más consciente sobre el tipo de relación que tiene, o se tuvo, con su padre. Cuando guarda resentimientos o rencores hacia éste, es como si esta esfera de su vida estuviera paralizada o bloqueada. Lo que más le disgusta, o disgustaba de su padre, es lo que ahora tal vez repetirá.
Un ejemplo de lo anterior sería que un hombre tuvo un padre distante emocionalmente hablando y que, por lo tanto, al haber aprendido esa imagen de ser varón, inconscientemente se desvincula de los otros, quienes lo perciben exactamente de la manera en que éste percibía a su padre. Otro ejemplo podría ser el de un hombre que tuvo un padre agresivo e intolerante; lo más probable, es que si no a sanado sus heridas al respecto, su comportamiento tienda a ser así.
Algunas ideas clave que podrían ayudar a evitar estas situaciones son las siguientes:
1. Consciencia.
A través de la introspección, orientación espiritual o psicológica, hacerse consciente del tipo de relación que se tiene, o tuvo, con el padre.
2. Perdón y reconciliación.
Buscar el perdón y la reconciliación, a través de aprender a tener una visión más objetiva del padre, es decir, evitar el malignizarlo, viéndolo como una persona con aciertos y errores, tal vez relacionados con su propia historia. No significa el justificar sus actos, pero si verlos desde una perspectiva adulta.
3. Integración y resignificación.
Identificar las carencias del padre, de tal manera que se pueda resignificar la propia vivencia de la paternidad o la masculinidad en general, abriendo paso a la integración de elementos que lo lleven a una vivencia más integral de su sacerdocio, sobretodo en lo que se refiere a los vínculos afectivos.
La mayor ventaja de este proceso, no será para las personas con las que ese sacerdote convive, serán para él mismo, quien podrá ser más libre y vivir con plenitud su paternidad espiritual.
Referencia:
- Rohr, Richard y Martos Joseph (2006), De hombre salvaje a hombre sabio, México: Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C.