Por:
Marcela Cuevas V. « Ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria »
Benedicto XVI
Hablar de amor en la vida consagrada o sacerdotal nos lleva a la idea de entrega, servicio y amor al otro, pero pocas veces tomamos en cuenta que este tipo de amor requiere de una vivencia previa en la que experimentemos la plenitud de nuestro ser Uno, Bueno, Bello y Verdadero para que ese amor no se convierta en amor vacío.
Si bien es cierto que desde tiempo atrás al erotismo se le ha dado una connotación negativa, no podemos olvidar que Dios se ha hecho hombre en Jesús, quien es, nuestro maestro y camino:
«Nadie va al Padre, sino por mí» (Jn 14, 6), es decir, encarna, siente, disfruta y vive su humanidad desde la unidad del cuerpo y el alma.
Un grave problema ha sido que por mucho tiempo la vivencia del placer y el deseo sexual se ha reducido a la genitalidad, por lo tanto, cuando hablamos de erotismo, generalmente, pensamos en la relación sexual entre hombre y mujer.
Sin embargo, el erotismo, como parte de nuestra sexualidad, es la capacidad de percibir, sentir, disfrutar, deleitarnos y regocijarnos de todo lo que se nos presenta en el entorno, desde la delicia de un alimento hasta el gozo de la compañía del otro. No es sino mediante el cuerpo que podemos conectarnos con nuestra experiencia interna y externa.
Desde que estamos en el vientre de nuestra madre podemos percibir nuestro entorno a través de ella, pues nuestros cinco sentidos se forman durante el embarazo. Eso quiere decir que comenzamos a desarrollar nuestra sensibilidad a muy pronta edad, gracias a eso podemos conocer quiénes somos y vivir la alteridad.
Esto nos exhorta a vivir la experiencia plena del ser humano, dejarnos disfrutar todo aquello que nos da instantes placenteros como inicio de conexión con nosotros mismos para que, a partir de ese autoconocimiento, logremos la madurez afectiva y sexual necesarias para obtener del Espíritu Santo el don del amor consciente -cuerpo y alma-, y de esa forma acercarnos cada vez más al gozo de la experiencia de Dios en la oración.
Te dejamos algunas recomendaciones para integrar el erotismo en tu vida:
• Al despertar por las mañanas, siéntate en la cama, respira profundamente con los ojos cerrados e identifica las sensaciones agradables en tu cuerpo. Agradécelas en tu oración.
• Cuando sea hora de almorzar o comer, saborea conscientemente los primeros bocados, puedes cerrar tus ojos para enfocarte en tu sentido del gusto y del olfato.
• Al irte a dormir, haz una revisión de las actividades de tu día, identifica tres bendiciones que hayas tenido y comienza tu oración haciendo una relajación.
El amor cristiano implica una experiencia en cuerpo y alma con uno mismo y con el otro, de ahí la importancia de conocer nuestras sensaciones, emociones y pensamientos.
Referencias:
- Cencini, A. (2015). ¿Perdimos los sentidos? En búsqueda de la sensibilidad creyente. San Pablo.
- Benedicto XVI. (2009) Encíclicas de Benedicto XVI. Librería Editrice Vaticana.