« Vine a Comala porque acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. »
(Pedro Páramo, de Juan Rulfo)
Todos tenemos un padre que aportó la mitad de nuestra carga genética, sin el cual nuestra existencia no sería posible. Pudimos no haberlo conocido nunca, ni siquiera en fotografías, salvo en escasos relatos por terceras personas. Tal vez vivimos con nuestro padre bajo el mismo techo a lo largo de nuestra infancia, y aún así haberlo percibido emocionalmente distante. Pero todos tenemos un padre.
Existen diferentes formas de ejercer la paternidad. Conocemos casos en los que la figura paterna ha estado físicamente ausente en la vida de los hijos; o ha estado presente, pero emocionalmente ausente. También existen ejemplos en los que el padre se ha vinculado de manera agresiva y violenta con el hijo. En las situaciones anteriores podemos hablar de una carencia real o funcional del padre, circunstancia que con frecuencia provoca importantes repercusiones a nivel psicológico.
Carencia real o funcional del padre
Con este término queremos señalar los casos en los que la figura paterna ha estado físicamente ausente (el hijo nunca conoció a su padre). Pero también las situaciones en las que el padre ha desempeñado su función con cierto nivel de indiferencia, de forma negligente, con rechazo, a través de un distanciamiento emocional, o situaciones de franca agresión y violencia hacia sus hijos. Este comportamiento se ha llevando a cabo de manera sistemática y persistente. No son conductas aisladas, sino que constituye un patrón de comportamiento sostenido a lo largo del tiempo.
Este tipo de padres no brindan un sentido de confianza y seguridad en sus hijos, y éstos crecen con un hambre de padre, por decirlo de alguna manera.
Repercusiones
Haber vivido la carencia real o funcional del padre, puede generar que el hijo piense “mi padre no me quiere”, independientemente de que sea objetivamente cierto o no. La persona también puede reflexionar “no valgo y no soy digna de cariño”, y crecer con un autoconcepto dañado o disminuido.
En la etapa adulta, estas personas pueden manifestar una tendencia a suprimir sus emociones, verse a sí mismos de forma negativa, manifestar poca habilidad para confiar en los demás, sentirse inseguros o dudar si merecen ser queridos.
Si una persona recibe abusos de alguien que se supone le debe de proteger, se confunde la identificación de qué y quiénes son seguros. A las personas que han sufrido abusos les cuesta trabajo distinguir a los individuos insanos de los sanos, porque sus experiencias de la infancia les enseñaron a ignorar señales de peligro, por eso es muy probable que en un futuro elijan personas abusivas para relacionarse.
Un nuevo ciclo
La psicología basada en evidencia científica señala que un porcentaje sumamente elevado de nuestra conducta es aprendida. Aprendimos a pensar y a comportarnos de cierta manera. Con el tiempo vamos reforzando muchas de nuestras conductas y dejamos de percibir de manera consciente nuestro comportamiento, el cual realizamos de forma automática.
Para llevar a cabo conductas de cariño, es importante haber recibido conductas de cariño; para estar presente en nuestras relaciones interpersonales, es importante que otras personas hayan estado presentes en nuestra vida; para cuidar, es importante haber sido cuidados.
Por otro lado, si aprendimos a ser poco cuidados, rechazados, maltratados o abandonados, estos son comportamientos aprendidos que, muy probablemente, podríamos llevar a acabo en nuestra vida adulta. De esta manera repetimos un ciclo de comportamiento.
Una alternativa
Un paso significativo para sanar el vínculo con nuestro padre consiste en apreciar nuestra relación con él de la manera más objetiva posible. No existen padres absolutamente buenos, ni absolutamente malos. Cada uno de nuestros padres nos ofreció lo que pudo ofrecernos. Esa es la realidad objetiva. Podemos agradecer lo positivo que nos dieron, y podemos también cuestionar lo negativo e incluso perdonarlo (en un artículo anterior hablamos del aprendizaje en el perdón).
¿Y qué pasa si nunca conocí a mi padre? En este caso, la ausencia de su padre es un hecho objetivo que ocurrió en su vida, en el cual usted no tuvo ninguna injerencia. Lo relevante en esta situación es el significado que para usted tuvo esta ausencia y entender cómo le afectó. Esto le permitirá abrir la posibilidad de lograr un cambio personal en su situación actual.
Es importante también aprender a desarrollar conductas concretas de autocuidado y asumir la responsabilidad de nosotros mismos. Usted es responsable de su bienestar emocional actual.
Si usted reconoce que en su historia de vida existe algún conflicto relevante relacionado con su padre, valdría la pena tomarse el tiempo para platicar con su profesional de la salud mental y tratar de entender de qué manera esta situación puede continuar afectándole. Tal vez le sorprenda descubrir la influencia tan importante que su padre ha tenido en su vida.
Preguntas para reflexionar:
¿Habría algo que yo pudiera agradecer a mi padre?
¿Habría alguna conducta concreta que pudiera cuestionar de mi padre?
¿Qué no me dio mi padre, que pueda darme yo a mí mismo ahora como adulto?
Sugerencias para investigar más sobre el tema:
- Alveano, J. (2001). El padre y su ausencia. Plaza y Valdés, México.
- Kafka, F. (2004). Carta al padre. El Cid Editor. Miami, Florida.