Por:
María Piedad Martínez Ocádiz
La resiliencia es la capacidad que todos tenemos de salir transformados de la adversidad, y puede ser una música de fondo para afrontar las contrariedades que aparecen en la vida y, al mismo tiempo, enriquecer nuestra espiritualidad.
Este proceso de transformación se produce a partir de una sacudida interna provocada por alguna situación difícil o dolorosa, que nos hace sufrir y que es difícil de comprender.
Del sufrimiento podemos obtener 4 aprendizajes que nos llevan a crecer y transformarnos:
1. Es un aviso sobre una necesidad psicológica que necesitamos atender. Reconocerlo nos servirá para desarrollar conductas proactivas ante el problema y buscar soluciones.
2. Dale un nuevo significado. Pensar en el para qué y en el porqué de la situación nos da la oportunidad de reubicar, reinterpretar y darle un nuevo valor a lo que nos sucede.
3. Integra la experiencia a tu meta de vida: cómo puedes hacer que esta situación te ayude a lograr aquello que consideras el fin de tu vida consagrada.
4. Fortalece nuestra compasión y empatía. Experimentar el dolor nos permite compartir el sufrimiento de los demás y participar en la realidad afectiva de otras personas. Esto facilita la convivencia con nuestras hermanas/os en la comunidad o las personas que participan en nuestros apostolados.
No hay resiliencia sin fortaleza, van muy de la mano y ambas son aliadas de la espiritualidad porque transforman el ser. La resiliencia hace que no nos paralicemos ante lo que no entendemos y en la vida interior es importante no pararse, avanzar un poco cada día, aunque sean pequeños pasos.
La resiliencia como espiritualidad ayuda a afrontar la dificultad con optimismo, la convierte en ocasión privilegiada para cambiar en sentido positivo, el punto de inflexión para dar un salto de calidad en nuestra entrega al Señor.
Referencia bibliográfica:
- Riso, W. (2020) Más fuerte que la adversidad. Planeta.