Por:
María Piedad Martínez Ocádiz « Amarás a tu prójimo como a ti mismo »
Mc, 12, 31
Todos tenemos un niño o una niña interior, que se formó a partir de las experiencias tanto positivas como negativas de nuestros primeros años de vida. Según hayan sido esas experiencias, nuestra niña o niño interior puede ser alegre y optimista, o por el contrario estar enojado/a con la vida.
Conectar con nuestro niño/a interior nos ayuda a no perder la capacidad de asombro y sorprendernos siempre ante la vida, o a descubrir que estamos heridos/as y tenemos que sanar.
Recordar experiencias buenas y no tan buenas de nuestra infancia, nos permitirá conocer en qué situaciones se activa nuestro/a niño/a interior, y por qué razón. Por ejemplo, cuando una persona te recuerda a un amigo que te falló o sientes de nuevo esa sensación de abandono.
Para sanar a nuestro niño/a interior debemos tratarlo/a bien, y hacernos cargo de él o ella de una manera responsable, aceptarlo/a, escucharlo/a y comprenderlo/a. Decirle frases como: “Estás a salvo”, “Eres fuerte”, “No es tu culpa”, “Te veo, te escucho” nos ayudan a sanar las heridas que pudiera tener.
Hay que amar a nuestro/a niño/a interior de manera incondicional, haciendo cosas que le gusten. Tomémonos el tiempo para divertirnos, actuemos desde la espontaneidad y la alegría, recordando lo bien que la pasábamos cuando jugábamos en la infancia.
Trabajar con nuestro/a niño/a interior mejorará nuestras relaciones con Dios, con la comunidad, nuestra familia, y la gente que acude a nuestros apostolados, ya que entenderemos mejor el porqué de algunas reacciones que tenemos y nos será más fácil explicar lo que nos sucede.
Nos amaremos más y mejor, y como la medida de nuestro amor propio debe ser el tamaño de nuestro amor a los demás, iremos por buen camino y de una sana relación con nuestro/a niño/a interior pasaremos a una sana relación con los demás.
Referencia:
- Bradshaw, J. (1993). Nuestro niño interior. Emece.