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Sana tus heridas emocionales



Por: Marcela Cuevas V.

« La vulnerabilidad es el eje de la historia familiar »
Brené Brown


Adviento, recuperar la alegría y la esperanza

Para vivir la alegría del Tiempo Pascual necesitamos tener un corazón que sepa disfrutar la esperanza de una nueva vida y reconocerse merecedor de ella, y para esto tenemos que sanar nuestras heridas emocionales.

Es común que, cuando no somos conscientes de las heridas que sufrimos en la infancia, estemos esperando que nuestros seres queridos, amistades o las personas con quienes nos relacionamos día a día, nos den lo que no recibimos en esos primeros años de vida.

Nos volvemos exigentes con los demás y nos enojamos y dolemos cuando nos sentimos rechazados, abandonados, traicionados, humillados o tratados con injusticia. Creemos que el dolor que sentimos es provocado por ellos, sin embargo, si pudiéramos regresarnos en el tiempo y observar nuestras experiencias de la infancia, podríamos descubrir que lo que nos duele no tiene sus raíces en el presente.

Nuestras heridas emocionales comienzan desde el momento de nuestro nacimiento, esa primera separación de nuestra madre nos coloca en el momento más vulnerable de nuestra vida, pues la única forma en que logramos sobrevivir es gracias a los cuidados de aquellos que nos recibieron -nuestra madre y nuestro padre, o nuestros cuidadores primarios-.

Es en esas primeras experiencias de vida que sufrimos del exceso o la falta de Afecto, Atención, Aceptación y Apreciación, que son las 4 necesidades básicas de todo ser humano y que deben ser satisfechas para sabernos merecedores de amor y de cuidados.

Pero la realidad es que nadie tiene un corazón que no haya sido lastimado o herido, y cuando éste no ha sido sanado, por más que se intente, no se podrá dar lo que no se ha recibido. El problema es que esta situación no solo nos impide dar amor, sino que también nos impide recibirlo y disfrutarlo.

Cuando tenemos el corazón herido buscamos cuidarlo de cualquier forma, lo defendemos a capa y espada, lastimando a quienes nos rodean. Si ocupáramos esas energías en conocer qué es lo que nos duele, en abrazar nuestra herida y utilizarla como la puerta de entrada a nuestro interior, seguramente podríamos reconocer el valor de nuestra vulnerabilidad.

Jesús mismo toca su vulnerabilidad en sus últimos momentos de vida, y la trasciende; con su Resurrección nos invita a encontrar vida en nuestras heridas, a tocar nuestra vulnerabilidad para conectarnos con nuestra esencia, ser hijos de Dios.

Incluso, la vulnerabilidad es la única que puede llevarnos a una experiencia auténtica de Dios a través de la oración, pues nos permite tener ese diálogo de amistad con Él, como decía Santa Teresa, andando en verdad.

Para comenzar a trabajar en sanar tus heridas emocionales, te recomendamos que hagas una revisión emocional cada día siguiendo las siguientes recomendaciones:

1. Si sentiste tristeza o sufrimiento por algo o alguien, escribe unas palabras teniendo hacia ti una mirada compasiva con la que logres reconocer y darle un lugar a tu dolor.

2. Si sentiste que alguien no te prestó la atención que necesitabas, recuerda que es tu niña/o herida el/la que exige esa atención, toma una hoja y escribe lo que podrías decirle a tu niño/a para que se sienta visto/a y reconocido/a por ti.

3. Si te sentiste rechazado/a, recuerda que mereces ser amado/a por ser hijo/a de Dios, realiza un dibujo de ti aceptándote como eres y escribe de título unas palabras de autoaceptación.

4. Si te sentiste inútil o incapaz de hacer algo, acepta con humildad y amor lo que puedes mejorar y reconoce las capacidades que sí tienes. Planea una acción concreta que puedas realizar para desarrollar la habilidad que requieres adquirir.

Recuerda que una de las cosas más hermosas de nuestro ser es nuestra imperfección y vulnerabilidad, pues gracias a ellas podemos comprender el sufrimiento ajeno. Acompañar a los demás en su dolor nos permite descubrir el sentido de la alegría de la Resurrección.

«Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios».
2 Corintios 1, 3-4

Referencias:

- Brown, B. (2016). El poder de ser vulnerable. ¿Qué te atreverías a hacer si el miedo no te paralizara? Urano.
- Siegel, D. y Payne, T. (2020). El poder de la presencia. Cómo la presencia de los padres moldea el cerebro de los hijos y configura las personas que llegarán a ser. Alba.




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