Por:
Marcela Cuevas V. « La paternidad es, antes que nada, un ejercicio espiritual »
Sergio Sinay
Se acerca el día en que festejamos a nuestro papá, algunos lo recordaremos por su presencia y otros por su ausencia, pero siempre tendremos en mente una imagen de ese ser que nos dio la vida junto con nuestra madre, aun si no lo conocimos.
¿Cómo influye la imagen que tenemos de nuestro padre en nuestra vida y en nuestra vocación de servicio? Para responder a esta pregunta necesitas saber que la función de un padre es ayudar a su hijo/a a separarse de su madre para reconocerse como una persona independiente y autónoma, prepararle para salir al mundo, transformarlo, y enseñarle a relacionarse con los demás, pero la función más importante es:
enseñarle que el amor se comparte.
Gracias a la relación que tuviste con tu padre o con quien hizo su función, independientemente de qué tan sana haya sido, recibiste o no la disciplina y las reglas que marcaban los límites necesarios
para que descubrieras que existe un otro distinto a ti y, a su vez, formaras una imagen de ti mismo/a, y con base en esas experiencias, pudieras
desarrollar la empatía: la capacidad de percibir y sentir lo que el otro siente, y ayudarle si es necesario. ¿No es esta capacidad fundamental para llevar a cabo plenamente tu vocación de servicio?
Cuando nuestro papá no estuvo presente, no sólo físicamente, sino también emocionalmente, buscamos por naturaleza a una persona que llene ese vacío y sea nuestro referente y maestro, como un abuelo, tío, padrastro, amigo e incluso Dios en su figura de Padre. A partir del significado que damos a esas experiencias vamos creando una imagen mental de nuestro padre, la cual incide directamente en la forma de relacionarnos.
El problema surge cuando no tenemos una clara y sana imagen paterna, es entonces cuando intentamos resolver esa ausencia en nuestras relaciones adultas más cercanas, generando dependencias y esperando que esos otros tomen el lugar de nuestro padre.
De ahí la importancia de reconciliarnos con nuestra figura paterna, de encontrar la paz y dejar de pelearnos con lo que no nos fue dado. Desde niños tenemos la expectativa de sentirnos cuidados, aceptados, amados y protegidos por nuestro papá, y crecemos esperando que esa expectativa se cumpla, sin embargo, siendo adultos, la sanación de nuestras heridas depende de nosotros.
La realidad es que nuestro padre hizo lo que pudo con lo que le fue dado por su propio padre. No se trata de conformismo, sino de compasión, que no es otra cosa que conectar con su sufrimiento y reconocer que no contó con las herramientas necesarias para hacerlo mejor.
Vivir la reconciliación con nuestra figura paterna nos da elementos para poner al servicio de los demás nuestra historia y acompañarlos en sus procesos de perdón.
Te dejamos un ejercicio para trabajar la reconciliación con tu figura paterna. Hazlo en un espacio en el que no tengas interrupciones:
1. Durante una semana, por 5 minutos en tu oración diaria, imagina que estás frente a tu padre biológico. No necesitas decirle nada, únicamente obsérvalo y reconoce las emociones que sientes cuando le miras, sin juzgarte.
2. Durante una segunda semana, haz el mismo ejercicio, reconociendo y agradeciéndole porque te dio el 50% de tu ADN.
3. Durante la tercera semana, de la misma forma reflexiona sobre qué pudo haber vivido para actuar como lo hizo, toma consciencia de su historia e intenta empatizar con él.
4. Al finalizar las tres semanas, escríbele una carta en la que le digas todo aquello con lo que te lastimó: rechazos, abandonos, humillaciones, regaños; después escríbele todo lo que sí te dio: la vida, momentos de felicidad, el reconocimiento, buen trato. Y cierra, hasta donde puedas, con palabras de agradecimiento.
La reconciliación es un proceso que se vive poco a poco, no te juzgues si al principio no te es fácil perdonar. Quizá primero deberás reconocer tu enojo y expresarlo acompañado/a de una persona en quien confíes y sepa escucharte.
No se trata de olvidar lo que sucedió, sino de aceptar tu historia con tu padre y darle un nuevo sentido, un sentido de redención.
«Yo también fui un hijo para mi padre, tierno y muy querido a los ojos de mi madre». Proverbios 4, 3
Referencias:
- Sinay, S. (2009). Ser padre es cosa de hombres. Nuevo Extremo.